Los expertos comenzaron a   llamarla "la epidemia silenciosa". En los Estados Unidos -por ejemplo- la   obesidad afecta, con tendencia creciente, a un tercio de la población. Sin   embargo, sus alcances exceden  mpliamente los límites geográficos, por lo que   para algunos podría hablarse de una pandemia.
                    La consideran el principal problema médico-nutricional de los   países occidentales porque es la base sobre la que se asientan diversas   dolencias como diabetes, hipercolesterolemia y otros trastornos lipídicos,   apneas del sueño, hipertensión arterial y enfermedades coronarias, por sólo   nombrar algunas. 
                    ¿Qué la origina? La mayoría de las respuestas que suelen darse   no ahondan en el problema y dejan paso a falsas promesas de solución (dietas o   píldoras mágicas). La respuesta válida es más complicada, porque la causa de la   obesidad no es una sola: lo genético, lo hereditario, lo metabólico, lo   psicológico, lo exógeno, lo socioeconómico todo tiene que ver. 
                    Las costumbres asociadas con la alimentación de nuestro tiempo   tienen su cuota de influencia en el desarrollo de esta epidemia. Se ha estudiado   perfectamente la desproporción que existe entre la ingesta calórica diaria y el   gasto energético. El balance entre aportes y egresos genera un saldo positivo de   2 por ciento diario que, al cabo de un año, se expresa en un exceso de 18.000   calorías, es decir, una ganancia de 2,3 kilos anuales. Si se hace una proyección   matemática para el futuro, diez años después el sobrepeso será de unos 23 kilos.   Por suerte, la Naturaleza es sabia y reacciona aumentando el gasto energético,   con lo que atenúa el saldo. 
                    Los conocimientos actuales, los últimos descubrimientos, han   permitido detectar algunos factores a partir de los cuales podría modificarse la   biología de la obesidad. Entre ellos figuran los neurotransmisores relacionados   con el apetito y la saciedad (neuropéptido "Y", serotonina, colecistokinina), y   factores hormonales como la leptina. Todos están en fase de investigación, por   lo que todavía no podemos hablar de soluciones concretas, sino de   esperanzas. 
                    El factor que actualmente puede ser modificado se conecta con el   tipo de alimentación. Ésta suele ser rica en grasas, relativamente económica y   de fácil adquisición; de sabor atractivo y escaso poder de saciedad. Con ello se   dibuja un círculo vicioso que dificulta el escape hacia modelos alimentarios más   saludables. 
                    Otro problema es la forma de comer: el escaso tiempo que se   dedica a ingerir alimentos no respeta las reales necesidades de energía del   organismo. Por ejemplo: desde que nos levantamos hasta pasadas las 5 o 6 de la   tarde (horarios generalmente dedicados a la actividad laboral de mayor gasto   energético), la ingesta suele reducirse a una magra infusión en el desayuno,   algo frugal durante el almuerzo y poco o nada en la merienda. Ese ascetismo   diurno se compensa con una pantagruélica cena, justo en el momento de menor   necesidad de "combustible". Éste será convertido indefectiblemente en grasa, que   atesoramos en lugares tan indiscretos como la cintura y el abdomen. 
                    Esta conducta alimentaria es la más rebelde y difícil de   cambiar, tanto por las implicaciones sociales que acarrea (modificar los hábitos   durante las horas de trabajo, por ejemplo) cuanto por la dosis de voluntad que   requiere. A eso hay que sumarle la fantasía -siempre al acecho- de algún fármaco   milagroso "quemagrasas" o "lipoescultor", o una dieta "mágica" que borre de un   plumazo los excesos que nos muestra el espejo. 
                    En la lucha por combatir este flagelo (responsable protagónico   en muchas patologías) estos factores juegan decididamente para el   enemigo.                     Sin embargo, hay que hacer el esfuerzo de vencerlos: hasta ahora   no existe arma más efectiva contra la obesidad que la modificación de los   hábitos de vida, el tipo y forma de alimentación y el abandono del   sedentarismo.  |